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Veinte años después, Micaela Anahí Díaz cuenta lo que vivió de pequeña junto a su familia en la base antártica Esperanza. Los detalles de una experiencia que fue determinante en su vida.
TIERRA DEL FUEGO07/09/2024Micaela Díaz, hija de Luis, suboficial del Ejército, y Liliana, maestra jardinera, tuvo una experiencia única a los ocho años cuando, junto a su familia, pasó un año en la Base Esperanza, la única instalación científica argentina donde viven familias. Junto a sus hermanos Maximiliano (12) y Karen (1), vivieron en el continente blanco, rodeados de paisajes extraordinarios y en contacto con la naturaleza antártica.
Esa experiencia la marcó profundamente y generó en ella una promesa que la ha acompañado a lo largo de su vida “nos dimos vuelta para mirar la base y nos prometimos que, en algún momento, íbamos a volver", recuerda Micaela sobre aquel viaje de regreso en el rompehielos ARA. Almirante Irízar.
La promesa de regresar al continente blanco la llevó a considerar diferentes formas de cumplir su sueño “una opción era tener mucho dinero como para pagar un viaje de turismo (se ríe), otra era ser militar, y de hecho entré al Liceo General Roca en Comodoro Rivadavia, pero pronto comprendí que no era para mí. Y, con el paso de los años, me convencí de que el camino era la ciencia", relató Micaela.
Su contacto con los científicos que trabajaban en la base también fue clave en su decisión “me acuerdo, por ejemplo, de que estudiaban la alimentación de los pingüinos. Eran muy técnicos y metódicos: anotaban todo en una libreta, describían, dibujaban, sacaban fotos. Yo pensaba que quería ver el mundo como ellos lo hacían", comenta.
Hoy, a sus 28 años, Micaela está más cerca de cumplir su promesa. Graduada en Protección y Saneamiento Ambiental por la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, fue becada por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica para realizar su doctorado en el Instituto Antártico Argentino y el Instituto de Investigaciones e Ingeniería Ambiental de la Universidad de San Martín (UNSAM). Su investigación se centra en la "presencia y distribución de fármacos de la familia de los antiinflamatorios no esteroides en aguas, sedimentos y organismos testigo en las inmediaciones de la base Carlini".
"Quizás esta investigación me acerque en algún momento a pisar otra vez el continente blanco", reflexiona con esperanza.
Una infancia marcada por la Antártida
El primer contacto de Micaela con la Antártida fue a bordo del rompehielos ARA Almirante Irízar “después de un largo viaje en el rompehielos, llegamos a destino y comenzó el desembarco de los miembros de la dotación. Estábamos ansiosos, pero, de golpe, se desató un temporal bravísimo que nos impidió descender. Estuvimos diez días esperando que escampara, mirando la base desde el Irízar", rememoró.
A pesar de ese contratiempo, nada pudo opacar la impresión que le dejó el paisaje antártico. "Fue extraordinario, el paisaje era totalmente blanco, salvo en algunas pocas zonas rocosas. Y nos sorprendió ver a los pingüinos, algunos de los cuales eran más altos que mi hermana, que tenía un año y medio", contó emocionada.
Con el tiempo, Micaela y su familia comenzaron a explorar el entorno, aunque siempre con prudencia “era imponente ver desde la base, a lo lejos, algunas montañas enormes. Nos encantaba, aunque sabíamos que nunca íbamos a llegar, porque era muy complicado caminar sobre el hielo", detalló.
Un aspecto que también la impactó fue el respeto que las personas tenían hacia la naturaleza “si pasaba una fila de pingüinos, la gente dejaba de caminar para no molestarlos. Ese respeto hacia la fauna se trasladaba a la relación entre las personas. La dotación se convirtió en una gran familia", explicó.
Una vida llena de aventuras en la Base Esperanza
Micaela describe la vida en la Base Esperanza como "completamente normal, pero llena de aventuras". Las familias vivían en trece casas individuales y los que iban solos se alojaban en el casino. "Por la mañana íbamos a la escuela, y por la tarde realizábamos otras actividades. Una de las más divertidas era tirarnos de una montaña bajita con tablas de snorkel que nos había hecho el carpintero, y también esquiábamos", dijo con alegría.
El casino era un punto de encuentro para toda la dotación “había una sala de estar gigante con una mesa de ping pong, un metegol y muchos DVD. También hacíamos talleres, como uno de porcelana fría que nos enseñó una de las mamás, y otro de pintura”. Además, los niños participaban en torneos de ajedrez por radio con niños de Ushuaia, y, cada tanto, recibían la visita de cruceros turísticos “los chicos hacíamos de guías para los turistas y muchas veces nos traían regalos", comenta Micaela.
Uno de los momentos más esperados eran los festejos en el casino “los cumpleaños se celebraban una vez por mes, con una torta grande que tenía los nombres de todos los homenajeados. Siempre había regalos, desde diarios íntimos hasta chocolates o latas de gaseosa, que eran el mejor regalo del mundo", dijo muy emocionada. Además, la comida era preparada por un cocinero y Micaela recuerda con claridad el ritual de ir a buscarla “con mi hermano, la retirábamos en una heladerita térmica y unos tuppers, y al llegar a casa directamente nos sentábamos a comer".
A pesar de los años que han pasado desde aquella experiencia en la Base Esperanza, Micaela nunca ha dejado de lado su sueño de regresar a la Antártida.
Hoy, con su carrera científica en marcha y un doctorado que la acerca a la investigación en el continente blanco, su promesa está más viva que nunca “mi objetivo es volver al sexto continente, y me preparo para hacerlo con conocimientos y herramientas. Me parece increíble ser parte de este grupo de personas que siente una pasión real por lo que hacen. Ojalá pueda aportar algo a la ciencia antártica argentina", concluyó.
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