El productor Juan Juárez fue destacado a nivel nacional por su producción avícola en Río Grande

Juan Juárez y su esposa partieron de su pueblo santafesino en 2013 a vivir en Río Grande, Tierra del Fuego, “porque no lograbámos salir adelante”, dice él. Luego de 12 años de trabajar sin descanso y de ir siempre por más, están comenzando a ver buenos frutos en la cooperativa que conformaron hace dos años junto a otros tres productores.

Este es su derrotero:

Juan Juárez (40) nació y se crió en Carmen, un pueblito rural de 1800 habitantes, ubicado a 30 kilómetros de Venado Tuerto, al sur de la provincia de Santa Fe, en una familia muy humilde, entre animales y huertas.

Cuenta él mismo que vivían a 500 metros de un tambo y que, cuando tenía apenas siete años, una vecina se mudó a vivir a Río Grande, en el norte de Tierra del Fuego. Cuando ella regresaba de visita, la escuchaba hablar tan lindo sobre la vida en aquella isla, que a él le nació un deseo para siempre, de querer irse a vivir a allí.

“A mis 16 años me casé con Magalí, trabajé en cuestiones eléctricas y mecánicas, tuvimos dos hijos, pero con nuestros modestos trabajos no lográbamos progresar –recuerda Juan-. Coincidentemente, mi suegra se había ido a vivir a Río Grande, al igual que mi vecina, y entonces quise probar suerte y convencí a Magalí de irnos para allá. En 2013 nos fuimos a Tierra del Fuego, a vivir a la casa de mi suegra, hasta que pudimos alquilar”.

Explica el santafesino que en el sector sur de Río Grande, dentro del barrio austral, hay otro barrio llamado Los Productores, donde se instalaron familias que producen hortalizas, cerdos, carne de aves, huevos y hasta ladrillos, para consumo y venden sus excedentes. Es el caso de Juan, que en 2014 obtuvo un certificado de tierra y hábitat que lo habilitó a ocupar 2500 metros cuadrados, con fines de vivienda y de producción en ese barrio. Allí concibió su chacra El Charito. La mayoría tiene un trabajo externo, como él, que es supervisor de mantenimiento en una fábrica de embalaje de telgopor, a la que ingresó al poco tiempo de haber llegado a la isla.

Cuenta Juan que trabajaba de 12 a 14 horas diarias, de lunes a lunes, haciendo horas extras, para poder ir conformando su chacra y su hogar. Pero le sobrevino la pandemia en 2020 y quedó ocioso. Entonces al fin se puso a montar algo productivo: hizo su gallinero de 4 metros por 4 metros. Un vecino le vendió un gallo y tres gallinas y le avisó que el INTA de Río Grande estaba entregando 25 pollitas ponedoras.

Juan se comunicó con los técnicos de la agencia y éstos le contaron que estaban convocando a productores de esa zona para capacitarlos en la conformación de una cooperativa avícola de gallinas felices, con bienestar animal, criadas a campo o patio. Él se anotó, y una vez comenzada la capacitación, los técnicos planteaban ir experimentando si las gallinas podrían sobrevivir a todo un año. Es que el manejo del ambiente de la isla es nuevo para todos ellos.

Contaban los técnicos que había existido una sola experiencia, como antecedente productivo, de gallinas a jaula. “El desafío está en lograr que las gallinas no se enfermen ante las bajas temperaturas que alcanzan los 25 grados bajo cero, los días cortos de sol. Además de los fuertes vientos que las inducirían a no salir al campo, más el acoso de los perros asilvestrados, los zorros, los bisones y demás”, dice.

Explica Juan que las gallinas deben adaptarse al viento, porque si se estresan, ponen menos huevos. “También deben estar bien alimentadas, para poder desarrollar al máximo su carga genética”, explica.

“Al comienzo de la capacitación fuimos 25 personas –sigue relatando Juárez-, pero a los dos años, quedábamos la mitad. Se creó un grupo de Cambio Rural, que integramos sólo 8 productores. Mientras, íbamos practicando cada uno el nuevo sistema, por el que las gallinas están en galpones, y dentro de éstos, cada una está suelta, tiene su percha para dormir, su nidal, su cama de viruta y el galpón está abierto para salir a un patio o a campo a picotear”.

El santafesino devenido en patagónico, cuenta que fueron creciendo en volumen y en conocimiento, pero que su producción era totalmente dependiente del INTA local, el cual los proveía de las pollitas y tenía desarrollada su propia logística. “Pero empezamos a notar que teníamos mucha demanda y se nos complicaba continuar con ellos, porque no podíamos seguir con lotes de gallinas tan pequeños. Necesitábamos dejar los ensayos para pasar a producir en mayor escala. Nos encontramos con que debíamos darle un marco legal al proyecto”, recuerda.

“En el camino, sufrimos la falta de apoyo de algún gobierno, lo que siempre pasa en nuestro país. Y de los 8 que éramos en Cambio Rural, sólo quedamos 4, que éramos quienes nos interesaba producir huevos –señala Juan-. Fue así que decidimos conformar una cooperativa legal y tuvimos que dejar Cambio Rural. Dos de los productores trabajaban juntos, y los otros dos, lo hacíamos por separado”.

“La primera reunión fue en enero de 2023 –continúa Juárez, dando detalles- y en febrero comenzamos una capacitación con una plataforma de trámites a distancia para crear la cooperativa. La registramos y empezamos con 250 gallinas en postura y producíamos unos 7 a 8 maples diarios. Hoy ya tenemos unas 1100 gallinas y producimos unos 28 a 30 maples de huevos por día”.

Cuenta el productor que en la actualidad han logrado desarrollar su propia logística: “Traemos las pollitas del INTA Pergamino, en la provincia de Buenos Aires, por nuestros propios medios; compramos el alimento mes a mes, que nos viene de La Pampa. Estamos próximos a certificar con 1699 versión 2019, que nos habilita para comercializar en todo el país, pero mientras tanto empezamos a vender en ferias y a hacer ‘delivery’”.

Juan da más detalles de actualidad: “El mes que viene estaremos recibiendo unas 500 pollitas más, que nos incrementará la producción de huevos en un 50%. Para el próximo invierno tenemos pedido un lote de 1000 pollitas más, porque el objetivo para 2025 es que cada productor disponga de 1000 pollitas. Pero todo es a pulmón, ya que ahora no contamos con subsidios ni ayuda estatal alguna. A medida de que vamos vendiendo y nos va ingresando capital, vamos reinvirtiendo”, asegura.

Completa el productor, anoticiándonos que están registrando su marca en el INPI con el nombre de Cooperativa de Trabajo Avícola Tierra del Fuego Limitada y que proyectan incorporar pronto a tres productores que vienen trabajando, muy ligados a la cooperativa.

“Este año pretendemos fabricar nuestro propio alimento balanceado, con una moledora, una mezcladora y un pequeño silo para el acopio, aunque siempre comprando la materia prima, el maíz, la soja extrusada, o descativarla acá, la conchilla y los núcleos vitamínicos. Y queremos agregar un espacio al aire libre, pero techado, con alambre tejido en los costados, para que las gallinas anden afuera, pero no les caiga la nieve, ni la lluvia, ni tan directo el frío”, aclara.

“Además, tenemos prevista una capacitación en faena de gallinas de fin de ciclo a cargo de la veterinaria Zulma Canet, de INTA Pergamino, y nuestra técnica, la ingeniera zootecnista Gisela Mair, de la Secretaría de Agricultura y Pesca de la Nación –anoticia Juan-. Nuestras gallinas son de doble propósito, y como al momento de faena pesan dos kilos y medio, con dos años y medio de edad son perfectamente consumibles. De modo que también estamos proyectando montar nuestra propia sala de faena, a fin de comercializar la carne”.

Va culminando Juan: “Gracias a Dios, hemos crecido mucho, y nosotros ya tenemos un galpón nuevo, con comederos y bebederos automatizados. Pero por ahora tenemos que hacer traer desde el continente, el alimento o las proteínas y casi todo. La crisis actual con la caída de las ventas y los desocupados nos viene afectando, claro: el huevo fresco ‘feliz’ siempre costó el doble que el común, pero tuvimos que achicar ese margen para poder seguir vendiéndolo. Tratamos de compensar esta caída aumentando nuestra producción y ofreciendo promociones”, señala.

Pero juan no pierde la esperanza, diciendo: “Es nuestro orgullo que hoy seamos los productores número uno de huevos a nivel local”. Y detalla dónde colocan sus productos: “Con la cooperativa los comercializamos los miércoles en el zoom del INTA, los viernes y sábados en el paseo Canto del Viento, y con mi familia también los vendemos en nuestra chacra y hacemos envíos”.

Juan grafica lo sacrificado que es el rubro laboral que ha elegido: “Nuestra jornada es como la de un tambo, y sin un día de descanso en todo el año. Yo trabajo en relación de dependencia, por las mañanas, y a la hora 16 ya estoy en mi chacra. Mi señora trabajaba afuera, como yo, pero este año ya pasó a dedicarse a tiempo completo en nuestra producción. Y si seguimos creciendo, yo también lo haré. Mi hija, Nadia, estudia ingeniería química y nos maneja la comunicación y la comercialización. A nuestro hijo menor Juan Ignacio le gusta ayudarnos en su tiempo libre, los fines de semana y ojalá quiera continuar a cargo, cuando nosotros nos pongamos viejos”, culminó.

FUENTE: Bichos de Campo