País Por: 19640 Noticias 26/05/2024

El dibujante de Patoruzú y Súper Hijitus hoy pide donaciones para vivir

"Cuando cerró Anteojito fue terrible. Y mi gran error fue no haber hecho un contrato. Iba andando mal Patoruzú, Billiken después cerró" señaló el dibujante.

Clemente Montag tenía 13 años en la fría y lluviosa mañana esa en la que se puso el sobretodo, que no servía ni para abrigarse de la helada ni para resguardarse del agua, pero era el único que le podía comprar su padre. Así enfrentó la calle porque estaba decidido a cumplir su sueño. Los cuestionamientos de su madre por salir de la casa en medio de ese clima no hicieron mella en él. Entre sus ropas, celosamente guardada, llevaba una carpeta que en su interior tenía todo su capital: los dibujos que venía realizando desde que tenía uso de memoria.

A la recepcionista de la editorial le causó sorpresa ese adolescente totalmente empapado que cruzó la puerta. “Traigo dibujos”, alcanzó a decir. Ella solo atinó a quedarse mirando hasta que, quizás con condescendencia, le pidió que le acercara la carpeta. Se perdió tras una puerta en la que estaban reunidos los célebres ilustradores Dante Quinterno, Eduardo Ferro y Mariano Juliá -director de Locuras de Isidoro-. La mujer volvió con Juliá, quien le dio la noticia que no había imaginado ni en sueños. “Pibe, lo vio Quinterno y sí, le gustó mucho”.

El silencio se adueñó del protagonista de esta historia, cuyo destino estaba por cambiar. “Decidió que te va a dar para el Patoruzú semanal un cuento para que vos lo leas y lo ilustres. Se llama El niño y el gato. Tomate un día entero y me lo traés mañana”. Al día siguiente Quinterno ya no estaba, pero Ferro miró atentamente el material y sin dudarlo afirmó: “Che, pibe, vos tenés que trabajar con nosotros”.

Más de medio siglo después de aquel encuentro, Clemente bebe un sorbo de gaseosa sin azúcar y continúa recordando el comienzo de su carrera de manera profesional. Y está convencido, no es solo cuestión de suerte: “Muchos me dicen: ‘¿Cómo lo lograste?’ y yo les digo que hay que tener presente una sola cosa: el ser diligente”, reflexionó en una charla con Teleshow en la que recordó sus comienzos y contó que hoy, tras acompañar a dos generaciones dibujando a Patoruzú y Súper Hijitus, pide donaciones para vivir.

"Cuando cerró Anteojito fue terrible. Y mi gran error fue no haber hecho un contrato. Iba andando mal Patoruzú, Billiken después cerró, (Andrés) Cascioli -con quien publiqué algunas cosas en Humor- cerró. También la revista Fierro. O sea que la Argentina se quedó desprovista de historietas y humor nacional. Fue una época muy dura para los que dibujábamos porque no quedaba nada para publicar”.

En ese momento, Busu mandó sus trabajos a Norma Editorial ya que en sus planes tenía hacer una película en los Estados Unidos llamada Tom, el dinosaurio, pero esta vez la suerte no estuvo de su lado. “Viajé y se cayeron las Torres Gemelas. Ahí me avisaron que la coproducción iba a quedar frenada. Me enfermé. Ya no aguantaba más. No tenía donde carajo ir. Visité algunos editores y me dijeron que ya no hacían historietas, solo traducían de los franceses. Me volví derrotado y mi señora vendió el lugar donde vivíamos”.

La suerte que tantas veces lo había acompañado esta vez lo dejó: “Se me acabó la varita mágica. No me tocó más. Perdí la gracia, la bendición, el hechizo, qué sé yo”, dijo sobre ese momento donde el trabajo no aparecía.

La posibilidad llegó de la manera menos pensada, a través de una amiga de su esposa que se había casado con un marinero irlandés. “Que venga Clemente, porque hay un puesto que no es de dibujante, pero es muy fácil. Tiene que tocar unos botones, una boludez, en una fábrica”. Él viajó con la plata que le quedaba de García Ferré y aguardó pacientemente hasta la reunión por el trabajo. Pero un rato antes del encuentro, le avisaron que la empresa había presentado la quiebra.

Comenzó a vagabundear por suelo irlandés a la espera de conseguir trabajo en una editorial, sin embargo, el mercado de ese país se manejaba distinto: “Me dijeron que importaban todo de Inglaterra, pero yo no tenía guita para ir. Lo único que tenía para ofrecerme era hacer unos dibujitos de leprechaun (NdR.: un pequeño duende verde del folclore irlandés) en los pies de página donde van los números. Así que después de trabajar en Anteojito y con las tapas de Patoruzú, terminé haciendo esos duendes por tres mangos. No había lugar para alquilar por esa plata. Mucho menos para ahorrar”.

El regreso al pago fue duro. “Volvimos para acá y me quedé en pelotas”, aseguró, hoy, sin eufemismos. “Quedé viviendo en la casa de mi suegra, que gracias a Dios nos dio un lugar para estar. Sin casa, sin auto, en la indigencia peor que se pueda ver”, admitió, mientras miraba fijamente a la nada y recordaba su última gran satisfacción laboral.

Es que, desde España, la editorial Planeta DeAgostini lo eligió para dibujar La Biblia para los niños, un impactante trabajo de 12 tomos. “Laburé bastante con eso. Me había olvidado. Mi primera Biblia. La verdad que yo a veces la miro y digo: ‘Madre mía′. Imaginate a Moisés con toda la cola de los israelíes. Fue mucho laburo”

Gracias a la ayuda de una psiquiatra pudo mantenerse erguido en la vida. “Dibujar, vos naciste para dibujar”, fueron las palabras que le quedaron resonando y eso es justamente lo que hace. “Yo tengo mi jubilación, mi señora tiene una mínima. Nos alcanza hasta ahí. ¿Trabajo? En las ferias a las que voy, la gente más o menos de una edad de más 30 les encanta lo que fue la época de oro. Pero a los pibes es difícil insertarlos otra vez, enseñarles quién es Patoruzú”, analizó.

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